sábado, 8 de septiembre de 2007

CUERPO SIGNIFICADO EN LA VIDA DEL HOMBRE

1.- El cuerpo: significado en la vida del hombre.
En algún momento de su vida, cada hombre se ha formulado a sí mismo algunas preguntas, por ejemplo: “¿Qué significado tiene para mí mi cuerpo? ¿Es una parte mi ser? ¿Es un ente a mi servicio? ¿Soy yo mismo? ¿Es sólo un instrumento de interacción con el mundo?”, etc.

Estas y otras preguntas por estilo surgen de la mente del hombre que tiene la necesidad de ahondar en su existencia, y deben ser respondidas adecuada y oportunamente a fin de definir la orientación de su conducta, teniendo en cuenta la importancia de dichas respuestas para los educadores, en especial para quienes dedicamos nuestras vidas a la activación corporal del ser humano cual sea su edad.

La lectura griega otorgó al cuerpo un significado que trascendido a lo largo de los siglos. Es conocida la gran atención que brindó tanto al cuerpo como al espíritu. La famosa frase de Juvenal “mens sana in corpore sano” así lo atestigua, aunque con ella y desde entonces, queda implícita la existencia de dos entes totalmente diferentes y antagónicos, aislados uno del otro.

Las ideas de Platón, corroboradas más adelante por Aristóteles y posteriormente por Descartes, dejaron firmemente sentado el concepto dualista y con él, la idea del cuerpo como un mero soporte anátomo-fisiológico, honrado por su destino de dar cavidad al espíritu. Tal concepto que contribuyo a dar al cuerpo el significado de objeto, instrumento de la acción, se ha mantenido inconmovible a lo largo de los siglos: trascendió progresivamente a todas las áreas del conocimiento, y alcanzo en definitiva, el campo de la educación, donde claramente se puso en evidencia la supremacía otorgada al espíritu, esto es a la inteligencia, quedando relegado y minimizado todo lo concerniente a lo corporal. Este modo de pensar aun prevalece a pesar de que los teóricos de la educación lo creen superado en la evidencia de una realidad educativa que somete el cuerpo a un adiestramiento físico, que corresponde a su conocimiento biomecánico y a las leyes que rigen el movimiento de todo objeto sin comprometer a la persona integral.

La acción educativa a seguido tratando el cuerpo como objeto, restándole la humanidad que revisten sus acciones y potencialidades. El cuerpo, considerado desde esa perspectiva mecanicista, se ha definido como una maza constituida por un conjunto de huesos y articulaciones, apilados de abajo arriba en un esqueleto de viseras y músculos, y revestido y bien protegido por un ropaje exterior perfectamente ajustado y protector.

Dicha perspectiva a facilitado la alimentación del cuerpo (ya sea en el trabajo, en el deporte y aun en la danza) como una herramienta de producción, como una máquina industrial que, racionalizada al máximo, se torna en un potencial de rendimiento, en un record olímpico o en un “mister” o “miss Mundo”.

Esta concepción, utilitaria por excelencia, tuvo su apogeo en el siglo XIX con el llamado materialismo mecanicista, y, solo en las últimas décadas, con los avances de las ciencias humanísticas, ha comenzado a cambiar, dando paso al concepto de la unidad de la naturaleza humana.

Estudios e investigaciones realizados en los campos de la antropología, de la psicofisiología, de la psicología genética, evolutiva, fenomenológica y experimental, e inclusive de la psiquiatría, lo confirman ampliamente: el hombre en sus dos realizaciones cuerpo y espíritu, es una unidad indivisible.

En consecuencia, el estudio del cuerpo es el estudio del ser humano, y la humanización del cuerpo en la materialización de la humanización del hombre. Es por esto que las innumerables doctrinas que hoy toman el cuerpo como punto de referencia no se dirigen necesariamente a una entidad corporal ni a fenómenos equivalentes: responden a modos de concebir el funcionamiento del espíritu.

Cuerpo y alma no son, entonces, entidades cerradas que se enfrentan la una a la otra, sino que existen permanentemente integradas, enraizadas una a la otra, sin solución de continuidad en el fenómeno existencial.

En tal sentido se fundamenta la idea central: el cuerpo humano, manifestación del hombre y presencia en el mundo, nos impone aceptar que solo en él y por él se concreta nuestro ser-en-el-mundo, tal como lo expresa Merleau-Ponty (1975). A lo que agrega el autor: “las diferentes funciones motrices son automáticamente traspasables, es decir, no son solamente una experiencia de mi cuerpo, sino además, una experiencia de mi cuerpo en el mundo y es el que da un sentido motor o una señal verbal. “Yo no estoy ni en el espacio ni en el tiempo”, continúa “yo soy del espacio y del tiempo. Mi cuerpo se aplica a ellos y los abraza.”

El cuerpo-objeto y el cuerpo-propio resultan así dos percepciones parciales de un mismo fenómeno, la corporalidad, que toda entera pertenece inmediatamente a la apertura del hombre sobre el mundo.

Las rigurosas investigaciones hechas por Merleau-Ponty, Chauchard, De Ajuriaguerra, Quiroz, Zazzo y Bucher, entre otros, en el campo filosófico, terapéutico, de la psicología, la neuropsicología y la psicofisiología, nos están brindando permanentemente bases de singular valor que permiten afirmar que la relación anímico corporal no puede ser considerada como la que se establece entre causa y efecto, puesto que el alma y el cuerpo no constituyen totalidades cerradas y autónomas que pueden enfrentarse, al contrario: se mantiene abiertas y enraizadas entre sí, constituyendo realmente un todo, una unidad funcional y existencial.

Bucher, (1976) aclara muy bellamente este concepto de unidad diciendo que la interacción que aquí se establece no es precisamente la que se da entre una causa y el objeto sobre el cual actúa, sino “aquella que surge entre el mármol y su forma, entre la palabra y su significado”.

En consecuencia, toda actividad o acontecimiento del cuerpo es y será siempre actividad y acontecimiento del alma; expresiones que otorgan al cuerpo un significado por encima de los límites físicos y biomecánicos que partiendo del concepto cartesiano los conecten, de acuerdo con su capacidad humana de sentir, desear, obrar y crear, en el medio obligado de relación significativa y concreta con el universo.

Queremos completar esta fundamentación afirmando primero con Wallon, (1970) que “las relaciones entre la motricidad, lo biológico y lo psicológico surgen de lo más primitivo: del cuerpo, y siguiendo luego con Ajuriaguerra, quien, yendo más profundamente a lo primitivo, asevera: “que la contracción física y la tónica de los músculos no solamente significan movimiento y tono, sino gesto y actitud. La función motriz” prosigue “encuentra así su verdadero sentido humano y social que el análisis neurológico le había hecho perder; ser la primera de las funciones de relación.”

A estas manifestaciones podemos agregar otras provenientes del campo de la neuropsicología. Citamos a Quiroz (1980) quien señala la íntima relación que existe entre la motricidad y los aprendizajes humanos, lo que en buena cuenta representa el desarrollo de la inteligencia. Igualmente, aceptamos que el organismo que nos da a conocer simultáneamente la fisiología y la psicología no es el cuerpo objeto que estudia la fisiología clásica, sino el cuerpo de un ser-situado-corporalmente-en-el-mundo, es decir, un cuerpo propio.

Por otro lado el funcionamiento del cuerpo, señala Schultz (1969) depende de la postura y de la actitud. Una buena organización tonicopostural va a repercutir en la ordenada y ajustada organización sinérgica, creando el ajuste equilibrado de los músculos antagónicos. Con ello contribuye a que la posición erecta o bípeda equilibrada posibilite el funcionamiento óptimo tanto los órganos vitales como de las funciones motoras, de tanta trascendencia en la vida del hombre.

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